Quince años de la muerte de Antonio Puerta
Corría el minuto 35 de partido y el mundo se paró en Sevilla. Un Sánchez Pizjuán abarrotado presenciaba el Sevilla – Getafe inicial de Liga, un partido más, normal, si acaso el que iniciaba el curso y, por ello, un día especial tras un verano largo sin fútbol. Pero aquel no iba a ser un partido más, iba a marcar con una cruz gigante en forma de tragedia mortal el calendario negro del Sevilla.
En ese minuto Antonio Puerta se paró, no pudo más, no pudo seguir a Nacho, el extremo getafense que intentaba centrar a portería. Puerta se detuvo, su corazón también en ese instante. Pudo hacer unos escasos metros más hasta que cayó al suelo desplomado. Su compañero Dragutinovic acudió en su auxilio para intentar que no se tragara la lengua.
Le reanimaron, le acompañaron hasta el vestuario donde todo parecía que se calmaba pero nada más lejos de la realidad. Al entrar en la caseta se volvió a desplomar, víctima de otro ataque al corazón, este mortal de necesidad. A partir de ahí el drama, el traslado al hospital, las imágenes de televisión, la convulsión en el mundo del fútbol. La madrugada de aquel domingo las peores noticias, la entrada en coma del jugador. Y dos días después, la mañana del martes 28 de agosto, la confirmación fatal tras un empeoramiento definitivo. Su muerte sacudió el fútbol español como un hachazo seco.
Se iba uno de los jugadores más prometedores. Ya había probado la internacionalidad con España. Luis Aragonés le había llamado diez meses antes, en octubre de 2006, y le había hecho debutar en una noche aciaga en Solna (derrota española 2-0) pero contaba con él. Con la temporada que había hecho el año anterior a nadie hubiera sorprendido que Puerta fuera de los internacionales en la Eurocopa 2008.
El lateral izquierdo sevillista había ganado con su club UEFA, Copa del Rey y Supercopa de España y en el 2006 había sido campeón de la Supercopa de Europa y de la UEFA, cinco títulos en año y medio. Un arranque de carrera asombroso y lo que le quedaba por hacer. Contaba con la confianza de Juande Ramos, una confianza plena, que le hizo ser titular en los partidos decisivos, jugar los minutos más trascendentes. Incluso le permitieron marcar el gol de la eliminatoria ante el Schalke de semifinales de UEFA 2006. Era toda una realidad.
Ese fatídico día de agosto de 2007 comenzó, sin querer y con la fatalidad como testigo, el derrumbe paulatino de aquel equipo de ensueño. Juande se marchó un mes después al Tottenham en una oferta irrechazable y el equipo confió en Manolo Jiménez pero no pudieron acabar entre los cuatro primeros. El Sevilla no jugó la Liga de Campeones el año siguiente pero en esa 2007-2008 sí. En la competición europea por excelencia trazó un grupo de clasificación extraordinario ante un gran Arsenal pero fue eliminado por un peor Fenerbahce en la tanda de penaltis en octavos de final. Fue el principio del fin para esa generación de jugadores.
Mucho de lo malo comenzó en aquella noche calurosa de agosto. El corazón de Puerta no resistió y la noche se tornó en trágica. Lo de menos es el 4-1 final ante el Getafe, una segunda parte de ensueño donde el equipo sevillista, quien sabe si llevado en volandas remontó el resultado. Lo de menos es el partido, la noche, el ambiente. Lo que importó de verdad es que todo se emborronó y se tornó a negro en la noche más triste de la historia del sevillismo